miércoles, 7 de noviembre de 2007

Jesus García Corona

En la ciudad de Hermosillo, Sonora, nació, el 13 de noviembre de 1881, Jesús García Corona, a quien la historia conociera como El Héroe de Nacozari; murió el 7 de noviembre de 1907. En 1898 arribó al pueblo de Nacozari la viuda Rosa Corona de García y sus ocho hijos.
El menor, Jesús, fue el mejor aprendiz de las actividades de su padre, dominando los rudimentos básicos de la metalurgia y la mecánica. Desde su temprana infancia mostró una buena habilidad en el manejo de maquinaria.
Recién cumplidos sus 17 años, Jesús solicitó empleo directamente en la oficina del ferrocarril de la Compañía Minera. Trabajó como controlador de frenos y ya después como bombero. A la corta edad de 20 años llegó a ser ingeniero de máquinas.
Con las promociones llegaron los incrementos de sueldo. El martes 7 de noviembre de 1907 era otra más de las jornadas de trabajo en la mina. Habiendo removido el freno, y después de manipular palancas y válvulas, llegó en pocos minutos a El Seis (a seis millas de Pilares), donde había almacenes y casas de trabajadores que mantenían las vías. Para hacer posible la quema segura de combustible, la locomotora contaba con un contenedor, en donde las chispas eran sofocadas con mayas. Pero en esos días no estaba funcionando, Jesús reportó que algunas brazas vivas estaban escapando del mismo
Cronología de la explosión Tiempo: 1:00 PM. Después de una primera vuelta a la mina, la locomotora alcanzó de nuevo El Seis. Con suerte, Jesús debía completar dos corridas más. Un mensajero lo aborda para darle una noticia inesperada: Necesitan suplementos en la mina. Dirígete en el tren al más bajo nivel y habla con el señor Elizondo. Necesitarás cinco carros y algunas cosas más que él pedirá.
Jesús dejó 50 de sus góndolas en El Seis y descendió a la mina. Como le explicaría el Sr. Elizondo, cuatro toneladas de dinamita (utilizadas en la ampliación de la mina) serían llevadas al almacén de explosivos para colocarse en dos furgones. Era el más poderoso tipo de dinamita, traído por tren desde Oakland California a Pilares y Nacozari.
Tiempo: 2:00 PM. En el nivel más bajo de la mina, el cargamento había sido completado. En espera de su locomotora, Jesús estaba apaciblemente molesto en descubrir que los trabajadores habían dejado disminuir el fuego, lo cual había ocasionado una perdida de presión del vapor. Ello le tomó tiempo para reponer la pérdida y, probablemente también, provocó la distracción de los ingenieros en otro error aún más serio: no colocar los carros con explosivos al final del cuerpo del tren. En este viaje, los trabajadores colocaron la dinamita en los dos primeros carros, enseguida del motor de combustión. La disposición de la carga debía ser autorizada por el conductor, pero ese día no había tal.
Impaciente, Jesús ayudó a José Romero a colocar el fuego, lentamente la presión del vapor subió. Luego, tan lento como fue posible, Jesús dio reversa al vehículo y lo colocó fuera de la mina; el viento del norte empezaba a jugar con los remolinos del humo y del vapor. Librada del freno, la locomotora trabajaba en contra del viento; las chispas vivas, emanadas del contenedor, que no había sido arreglado, volaron sobre el motor y la cabina, llegando incluso hasta los dos primeros furgones, cargados con cajas de dinamita.Al principio el fuego fue notificado por la cuadrilla de trabajadores y más adelante por simples transeúntes. Francisco Rendón, frenero encargado de dirigir los rieles a Pilares, le gritaba desesperado que tratara de extinguir el fuego. Frena el tren le gritaba Francisco con la idea de apagar el fuego, pero a esa altura del trayecto no había agua. Incrementado por el viento que el movimiento del tren producía, el fuego se expandió. Si Jesús hubiera parado el tren, Francisco habría podido alejar las cajas de dinamita del fuego y apagar éste con tierra. Aún así metió sus manos entre las cajas y, como el tren iba lento, arrojó algunas cajas al suelo. Por el momento el plan demostraba ir funcionando. Sin embargo el aire fluyó a través de las cajas e intensificó las llamas, Francisco y el otro frenero intentaron inútilmente detener con sus ropas el fuego. Cuando la esperanza se desvaneció por la intensidad del fuego, Jesús le pidió a la cuadrilla que lo acompañaba que se arrojaran del tren e imprimió toda la fuerza a la locomotora. Fue recordado diciendo: - ¡Váyanse!, déjenme solo. y estoy corriendo mi suerte. Dijo también, ¡pídanle al Padre una misa por mí! Me voy a mi muerte. José, el frenero, le decía déjame el tren Jesús, tú tienes familia, yo no tengo nada. Pero Jesús insistió: No. Yo soy el ingeniero, sálvate tú.
Obedeciendo las órdenes de Jesús, José Romero saltó del tren y rodó hacia la maleza. Milagrosamente había alrededor una loma en donde se refugió. Cien metros más adelante el tren divisaba El Seis en una área despejada. Jesús y su locomotora subieron a través del escarpado. Necesitaban avanzar otros cincuenta metros para llegara un terreno plano en donde Jesús pudiera así luchar por su vida. Opuesto a este terreno plano, justo a veinte metros, se observaban ocho casas improvisadas de trabajadores manuales a los que Jesús gritaba palabras que no podían entender por el sonido del vapor y del silbato del tren.
Tiempo: 2:20 PM. Tan enorme fue la explosión que la locomotora desapareció completamente. Jesús murió al instante, lanzado por el frente de su cabina. Gran parte del motor fue también lanzado y el cuerpo de Jesús fue alcanzado por las ruedas traseras.
Un estruendo como temblor sacudió Nacozari y la onda de expansión quebró vidrios y sacudió las habitaciones. El hijo del Sr. Douglas, de cuatro años de edad nunca olvidaría la explosión, pues fue oída a diez millas de Nacozari. Fue posible observar a lo lejos, la nube de humo y los destellos metálicos que producían los materiales y las rocas en el aire, mismos que caerían sobre los techos de Nacozari. Sobre una de las montañas ubicada a dos y media millas al este de El Seis, fueron encontrados restos de uno de los furgones. El pánico azotó a los pobladores del pueblo, quienes creyeron que había explotado el tanque de gas de la Compañía o del almacén, pero pronto observaron que el humo provenía de El Seis.
El rescate derivó en desorden. Tiempo después, recuperándose de la impresión, una cuadrilla de hombres siguió a caballo la vía rumbo a la explosión. En el camino encontraron a Hipólito Soto, visiblemente dañado: - La dinamita, la dinamita, ha explotado. Todo se ha ido.
En silencio, los sobrevivientes removían los escombros del tren: carros despedazados y cabinas destruidas. El motor estaba encajado en un cráter, lejos de las vías. Jesús fue identificado por sus botas, lo cual fue trabajo de sus hermanos, quienes recogieron los restos y lo llevaron a casa. Su madre, quien tan segura estaba de la tragedia, no quiso quedarse en Nacozari ese día.
Por la tarde, el cielo oscuro y las pesadas nubes limpiaron las llamas de lo que fue el catastrófico accidente y lavaron de esa forma el pueblo que fuera salvado por Jesús García. En el hospital, los doctores trabajaron toda la noche con los heridos; José Romero, por la intensidad del sonido fue afectado mentalmente, oyendo la tempestad y los relámpagos repetía: - En esta noche hasta el cielo llora.
La vida de “El Héroe de Nacozari” fue muy corta; en su honor se levantó un monumento y la población se llama ahora Nacozari de García; fue declarado Héroe de la Humanidad por la American Royal Cross of Honor de Washington, una calle de la ciudad de México lleva su nombre

1 comentario:

Anónimo dijo...

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