La linda empleada de la panadería, acostumbraba ir al trabajo vestida en forma tal que por arriba se le veía hasta abajo, y por abajo se le veía hasta arriba. Quiero decir que usaba una blusita que cuando la chica se agachaba dejaba al descubierto hasta el ombligo, y una brevísima falda que permitía atisbar sus más recónditos encantos.
Cierto día llegaron al mismo tiempo dos clientes; uno joven y el otro de edad más que madura. Ambos llevaban sendas bolsas. Como era de esperarse atendió primero al joven.
Le dice el muchacho: “Ayer compré esta pieza de pan, y hoy no la pude comer porque de la noche a la mañana se puso más dura que una piedra”.
Respondió la nena: “Iré al almacén y le traeré otra”.
La chica pensó que el señor de edad traía la misma queja, y para ahorrarse un segundo viaje al almacén le preguntó: “¿A usted también ya se le endureció?”.
“No –responde con trémula voz el veterano– pero estoy empezando a sentir un cierto cosquilleo.
miércoles, 25 de marzo de 2009
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