domingo, 27 de septiembre de 2009

Una historia mas

Esta historia me la encontré y la comparto, quizás porque algo de ella me haga recordar mi pasado.

La conocí una noche de borrachera, una de muchas, ella era mucho mayor que yo, pero éso es fácil cuando apenas habías cumplido los veinte años. De alguna forma perdí la pista de los compañeros de juerga y terminé, sin saber cómo, en un local a punto de cerrar. Conté el poco dinero que tenía y vi que aún tenía para una cerveza más. Al lado mía, sentada también en la barra, una mujer de ojos tristes y labios pintados de rojo buscaba en su bolso mientras que un cigarro colgaba de su boca. Le ofrecí fuego, y ella me sonrió. No tardamos mucho en compartir el tabaco, las copas y su cama...

A partir de aquel momento fueron muchas las noches que quedábamos para... iba a decir "hacer el amor", pero no sería verdad. Quedábamos para follar como posesos, o al menos, éso era lo único que a mi me interesaba de nuestra relación. Ella se entregaba con la pasión de un condenado a muerte que piensa que ésa es la última vez que rozará una piel distinta de la suya, y yo, bueno, ya he dicho que tenía veinte años y a esa edad se es inmortal y no hay límites para la curiosidad cuando ésta incluye dos cuerpos desnudos. El único problema que yo encontraba en lo que quiera que fuera que compartíamos, se reducía a que ella cada vez quería un poco más de aquello que yo no podía... perdón, otra vez miento, aquello que no tenía ganas de dar. Ella quería ir a cenar, quería que pasáramos algún fin de semana juntos en algún lugar alejado, los dos solitos, quería que paseáramos cogidos de la mano... en fin, todo lo que dos personas enamoradas suelen hacer. Así que pronto empezó a decir que estaba enamorada de mi. ¡Dios mío!, si yo sólo necesitaba estar una hora con ella, en su casa, o en una pensión, y lo demás me sobraba...
Aún así duramos un tiempo y aunque parezca extraño, nadie se enteró de lo nuestro. Pero antes de que cayeran las hojas del otoño por segunda vez, encontré otra chica, de mi misma edad. Y nuestros encuentros se fueron espaciando. Quizás debieran haberse acabado, pero yo no quería renunciar al sexo tórrido y sin responsabilidades que encontraba junto a ella. Puede que su cuerpo empezara a perder firmeza, que su pecho acusara la derrota de la edad, que tuviera que abusar del maquillaje para ocultar el paso del tiempo, sí, puede que todo éso fuera verdad, pero en la cama sabía satisfacer todos los apetitos y los deseos que a mi se me ocurrieran, y al final la balanza volvía al equilibrio. Y yo no quería rechazar ninguno de los dos mundos que ante mi se abrían: una relación romántica con una chica joven y guapa, y los encuentros furtivos con aquella mujer que me doblaba en años.
Recuerdo de aquella época unas palabras que por alguna razón no he conseguido olvidar. Después de haber rechazado ir a cenar con ella, como siempre hacía, y de haber acogido con silencios elocuentes sus "te quiero", me dijo: "Espero que alguna vez alguien te haga sufrir como tú me haces sufrir a mi". Pero aquellas palabras, que pueden parecer tan amargas, no llegaban a sonar con odio, ni con desprecio, ni siquiera con rencor. Lo decía como quien da por hecho que aquéllo era el destino y contra el destino no se puede luchar, y que hay cosas por las que todos tenemos que pasar para poder decir que hemos vivido.

Por fin mi relación con la otra chica empezó a hacerse más seria, y mis encuentros con mi amante otoñal se fueron espaciando mucho, hasta que dejó de llamarme, y yo a ella. Llegó un momento en que pensé que nunca más la vería... Pero no fue así, me quedaba una última vez.

El amor... yo no sé qué es el amor. Y cuando te digo éso no quiero que pienses que nunca lo he sentido. Lo que quiero decirte es que no sé definirlo con palabras, que el amor es muchas cosas. Amor puede ser alegría, y puede ser sufrimiento, a veces a un mismo tiempo, a veces sólo una de las dos cosas. Amor es lo que nos hace levantarnos cada mañana, y es el empujón final para afilar la navaja frente al espejo y tomar la decisión de cortarse las venas. Cuando mi nueva relación se acabó, el amor fue sufrimiento, dolor, traición, ira. Cuando aquella chica por la que hubiera dado todo decidió olvidarme y cambiarme por otro, como quien cambia de zapatos, el mundo se convirtió en un lugar inhóspito donde no era ya capaz de encontrarme, una alcantarilla de sentimientos. Todo se acaba, dicen, y ¿cómo iba a saberlo yo en aquel entonces?. Lo único que sentía era rabia, desesperanza, desolación...

Había pasado mucho tiempo, pero la volví a llamar. Ella había empezado una relación con alguien que le hacía feliz, o éso me dijo. Pero acudió a mi, con sus labios rojos y su cigarrillo. Aquella noche, en la habitación de la pensión, me vengué en su cuerpo de mi corazón roto. Aquella noche volqué toda mi rabia en ella. Aquella noche fue una noche para olvidar, porque las oscuras manchas que guardaba en mi alma habían salido a relucir. Se puede tener sexo con amor y sin amor, y ambos casos pueden llevarte al cielo o al infierno. Y también hay veces que el sexo se convierte en algo lúgubre y siniestro, y aquella noche fue tenebrosa como el averno en el que se había transformado mi espíritu. Lo peor de todo, ¿sabes?, fue que no quería darme cuenta. Y quizás nunca lo hubiera hecho de no ser porque la luz de la luna se filtró por entre las cortinas y vislumbré, a pesar de la oscuridad del cuarto, unas lágrimas en sus ojos...
Y ésas lágrimas las tengo grabadas a fuego en mi alma. No recuerdo qué nos dijimos, si es que hablamos algo. De camino a casa, ya a solas, creí escuchar unas campanas sonando en alguna iglesia, y recordé aquellas palabras que dieron título a la novela de Hemingway: "Nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti". De hecho, así podía ser. Aquella noche algo se había muerto en mi interior.
A ella, nunca más volví a verla. A veces pienso si será feliz, si seguirá con su pareja, si me recordará. Pero no podría volver a verla, sus lágrimas me mostraron cómo soy, y lo que vi no me gustó nada...

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